La consulta del médico homeópata: un acto de presencia
La consulta del médico homeópata es en esencia un acto de presencia. La escucha y la terapia nacen de estar presente con todos los sentidos puestos en la tarea que estamos llevando a cabo.
Estar presente1 es un libro de Ronald Epstein que debería ser de lectura obligada para cualquiera que se proponga ayudar a los demás en su tarea como profesional sanitario. Constituye una importante fuente de reflexión y aprendizaje y contiene múltiples propuestas para hacer de cada acto médico algo único.
He tenido la suerte de conocer a Ronald, escucharle, charlar con él y leerle. Y a otros grandes maestros y médicos humanistas como Francesc Borrell o Albert Jovell que han sido para mí ejemplos a seguir en la senda de la medicina con mayúsculas, aquella práctica clínica que me gustaría intentar conseguir.
Del mismo modo, me siento muy afortunado por haber podido compartir una experiencia única de aprendizaje que comenzó aquella tarde otoñal de los años 90 en el viejo aula de la Facultad de Medicina de Valladolid cuando buscaba algo diferente que pudiera llenar mi vocación médica. Una vocación que se tambaleaba por esa vorágine en que se había convertido la consulta del Centro de Salud de Gamonal.
Comprender por encima de todas las cosas como diría Hanna Arendt era imprescindible en ese momento para mí. Necesitaba un método, una forma de aproximación sistemática para llegar a la comprensión del paciente, de su enfermedad y sus circunstancias. Precisaba certezas con respecto al ineludible carácter sistémico de la medicina en el que creía firmemente desde el comienzo de mis estudios y por el ejemplo de mis maestros.
Las palabras de Lola Tremiño explicando con precisión y pasión el concepto del método homeopático me hicieron sentir que era real la posibilidad de llevar a cabo una consulta médica llena de presencia.
Esta presencia tan sentida intensamente años después en mi pequeña consulta burgalesa rodeado de música, juguetes y libros e iluminada por esa luz tamizada que entraba desde el balcón encima de la pescadería y que cubría mi espalda en cada encuentro.
La luminosidad de la presencia
Mientras leo el ensayo Emocionarte2 me encuentro con Vilhelm Hammershøi, y a través de su pintura (figura 1) surge en mi memoria la imagen que me lleva a aquellos días de tanta luz interior en cada encuentro bañado por el sol que penetraban por el balcón.
Pienso en la felicidad de sentirme útil para tantos pacientes niños y adultos que resolvieron sus problemas de salud y mejoraron su calidad de vida.
Un tiempo de regalos en mi actividad profesional. De sonrisas, abrazos, miradas, relatos y cartas. De cuentos y juegos en la sala de espera. De lágrimas y complicidades al calor de aquellos radiadores blancos que ella encendía unas horas antes de mis encuentros.
Figura 1. Vilhelm Hammershøi. Interiores con luz del sol en el piso.
Una luminosidad de presencia que solo puedo comprender desde la perspectiva del arte, desde la pintura de cada cuadro clínico dibujado trazo a trazo en el espacio-tiempo compartido en aquellos días.
Y la capacidad de colorear el sufrimiento y la vida de cada ser humano cuando encuentra los lápices y pinceles que el terapeuta le ofrece con sinceridad y entrega.
La creatividad como herramienta clínica
Pintar en el aire el cuadro clínico mientras lo compartimos con el paciente empleando el mismo lenguaje visual, táctil o auditivo. Llegar al alma del sufriente adelantando las palabras que pensaba decirnos porque hemos sido capaces de comprender su dolor. Apoyarnos en la lectura que cada persona necesita, en su música, en su modo de ver el mundo constituyen modos creativos de practicar el arte de curar.
La creatividad es una herramienta clínica3 y los médicos tenemos en nuestro interior la capacidad de hacer, de generar la sorpresa, el regalo de nuestra escucha, nuestra presencia y nuestras propuestas creadoras más allá de la pastilla, la inyección o el jarabe.
El arte de la medicina para Esquirol implica la relación personal; a la vez técnica y diálogo, arte y relación, procedimiento y contacto, método y trato4.
El poder creador de la homeopatía es doble. Por una parte, constituye en sí mismo un acto creativo lo profundo del interrogatorio, dirigido al cuerpo, la mente y el alma del consultante. Por otra, su enorme capacidad de comprender la globalidad de la dolencia y las características particulares del paciente que a veces favorece el hacer sentir al consultante que existe algo de magia en nosotros.
Magia, que no debemos olvidar los médicos (de cualquier especialidad y práctica), nos otorgan los pacientes en su confianza. Porque a pesar de nuestros imprescindibles conocimientos científicos y técnicos y nuestras habilidades aprendidas, seguimos siendo desde tiempos de Hipócrates a Paracelso, desde incluso el momento en el que el primer homo sapiens sintió la necesidad de aliviar el sufrimiento de un semejante, permanentes aprendices de brujo. Y porque muy posiblemente, con el momento compasivo de esperar a un semejante con la pierna fracturada e intentar curarle para que siga el camino del grupo comienza la humanización. Y aquel acto fue a la vez humano y mágico.
La medicina es un arte que tiene un componente científico y un compromiso ético y relacional. Una profesión en el que tienen cabida y son deseables como herramientas terapéuticas todas las expresiones artísticas.
Inyectemos metafóricamente música en vena5-7 acompañados de los músicos internos residentes5, cine a dosis ponderales8, poesía en la posología apropiada para cada paciente7 y relatos dentro de cada relato9. Y aprendamos de cada uno de esos relatos que leemos de los pacientes cada día porque constituyen el germen de nuestra pericia y maestría terapéutica. La historia clínica pasará entonces a ser una nueva narración, más que la simple recopilación de datos a que la suele reducir la medicina muda9.
La mirada del médico homeópata
Tal y como decía John Berger10 solo vemos aquello que miramos. Y mirar es un acto de elección.
Podemos escoger la mirada técnica, biológica, académica, aquella aprendida en común en nuestros años de formación o arriesgarnos y apostar por la mirada profunda, intensa, comprometida y personalizada que nos brinda la escucha activa desde una relación basada en la comunicación e incluso intentar ir más allá a través de la historia clínica homeopática.
Una mirada que solo es posible desde la integridad del relato que comienza con un desde que…. y continúa con la secuencia temporal de cada síntoma, de cada sensación y experiencia vital del paciente.
A lo largo de la entrevista, el paciente nos va permitiendo entrar en el mundo interior de los sentimientos y las emociones, de las relaciones familiares y de pareja, de los fracasos y frustraciones, de las angustias y preocupaciones.
Y con ese permiso, elegimos el color de nuestra mirada, seleccionamos la información precisa que nos permita trazo a trazo descubrir el modo de tratar al paciente con la música y la tonalidad oportunos.
No es sencillo poder mirar así. Precisa años de entrenamiento. Y es necesario un conocimiento profundo de la materia médica11 y pasión por el trabajo artesano, sutil, preciso y necesario. Porque nada es posible ni verdadero si la mirada no es limpia. Precisamente, en el interior de esa mirada, en ese enfoque humanista y artístico de la relación médico-paciente se encuentra el espíritu de la homeopatía12.
El largo camino para llegar al diagnóstico
Creo recordar ahora, que a pesar de la inestimable compañía de María Jesús que hacía tan fácil y agradable el trabajo salía exhausto de cada jornada en el Centro de Salud Gamonal en aquellas mañanas y tardes de consulta. Muy cansado físicamente, pero más emocionalmente por esa frecuente sensación de inutilidad para ayudar a mis pacientes.
Sin embargo, cerraba la puerta feliz cada tarde que pasaba en mi pequeño gabinete en el que tenía la oportunidad de escuchar con frecuencia frases del tipo: “Nunca me habían hecho tantas preguntas”, “Creo que hemos hablado de mi vida”, “Es la primera vez que me siento comprendido” o “No le había contado esto a nadie anteriormente”, expresiones que implicaban una gran complicidad médico-paciente.
Aquel lugar fue un espacio de escucha y el local más catártico que he conocido. Una escucha que era seguida de un pormenorizado análisis en los momentos posteriores de estudio, acompañado de libros y repertorios.
Un mundo en el que me aislaba de todo e intentaba captar la esencia del paciente, llegar a ese instante único que conocemos como diagnóstico, una luz irrepetible que daba sentido a cada cuadro clínico contemplado en toda su complejidad, íntegramente, después de haber puesto los cinco sentidos en ello y haber intentado hacer de cada encuentro algo único, un acto de amor y de presencia.
Porque entonces, había sido capaz de entender que, sin ello, llegar al diagnóstico nosológico tantas veces implícito (asma bronquial, infecciones respiratorias de repetición, dermatitis atópica y un largo etcétera) y posteriormente al diagnóstico homeopático (enfermedad de Luisa, de Antonio, de Pedro, de Carmen) que me guiara a través del largo y tortuoso pero luminoso camino de la prescripción personalizada era muy difícil, por no decir casi imposible.
En aquellos días fui consciente de que habiendo momentos para la prescripción de estatinas o diuréticos, la hipertensión arterial y el colesterol debían dejar paso en muchas ocasiones, a la narrativa abriendo la puerta a la filosofía, la poesía, el cine, el relato y la pintura, porque cada consulta es un mar de incertidumbres13 en el que nos encontramos como los náufragos de La balsa de la Medusa (figura 2), aquel cuadro de Géricault que tanto me impresionó cuando en mi infancia hacía la colección de cromos de El mundo de la pintura (figura 3) y que busco con ahínco en mis visitas al museo del Louvre. Un cuadro, que como cada historia clínica conforma un relato, una narración captada en un instante14.
Figuras 2 y 3. El mundo de la pintura y T. Géricault- La balsa de la Medusa
Los médicos navegamos casi siempre entre luces y sombras, rodeados de una polifonía de colores y matices que solo desde la escucha y la presencia somos capaces de desentrañar para conseguir llegar a puerto sin daño. Por ello, creo que solo desde la comprensión precisa de la labor artística del médico, de su capacidad de entrelazar en un momento hechos y valores, sonidos y colores, risas y llanto, dolor y entrega podemos emplear la creatividad como una herramienta clínica3, tan necesaria e importante como la técnica, el conocimiento científico, la capacidad de reflexión, el sentido común y la comunicación.
El médico debe ser un creador, un artista, que como tal vive experiencias basadas en el arte. El arte del conocimiento de los relatos que nos conducen de modo paralelo a la intrahistoria del paciente. Porque el cine, la fotografía o la pintura son modos de ver10 que nos facilitan una mirada sin anteojeras. Esas anteojeras que nos colocaron en las aulas de la Universidad y agrandaron en los hospitales y los centros de salud. Las que tantos intereses creados desean que nos pongamos al entrar en el recinto sagrado de la consulta. Las que Víctor Montori propone desmontar con La rebelión de los pacientes15 de modo no violento, como si de un nuevo Gandhi se tratara cuando nos invita a los clínicos a la práctica cuidadosa de una conversación sin prisas como el acto más simple y significativo de sublevación contra la medicina industrializada.
Para poder descubrir lo que sabemos que no sabemos es imprescindible ese cambio de rumbo, la capacidad de ver más allá de los números, los registros y los ensayos clínicos. Embarcarnos es arriesgado, pero merece la pena. Es el modo más seguro de evitar la apatía, la frustración y el desencanto de la profesión.
Sin esa travesía no se arriba al puerto apropiado. La incesante búsqueda de claridad entre la bruma que nos confunde y nos extravía en los procelosos caminos del diagnóstico preciso. Por eso, tan a menudo solo somos capaces de captar e interpretar la punta del iceberg. Y surgen los errores, la incomprensión y la inefectividad en nuestra práctica.
Vivimos en la era de las etiquetas. Somos etiquetados en la calle, en las redes sociales, en nuestro trabajo y en la consulta médica cuando entre los profesionales nos llaman el hipertenso, el obeso, el diabético, el incumplidor, la fractura de cadera, el de la cama 234 y otros términos incluso menos agradables.
Los sanitarios trabajamos con etiquetas, porque la historia clínica tiene una gran parte de etiquetado y los registros (que tienen utilidades clínicas, analíticas e investigadoras) son en el fondo etiquetas.
De ahí surge el problema porque, tal y como decía Henri Bergson16, no vemos las cosas en sí; casi siempre nos limitamos a leer la etiqueta que llevan pegada.
Como las fajas de los libros que siempre me han disgustado estéticamente, como la pegatina con el precio y lugar de compra tan difícil de quitar, con su desagradable pegamento, como los listados interminables antes de comenzar cualquier tarea, los pacientes entran a la consulta llenos de etiquetas.
Y se ha demostrado que las etiquetas nos confunden17, empeoran la calidad de vida de las personas y dificultan la presencia.
El arte del homeópata consiste en elaborar un mosaico. Un mosaico en el que cada tesela es un síntoma, una emoción o una experiencia vital. Un mosaico que se construye con la escucha (figura 4) y cuya argamasa es la compasión.
Figura 4. Elaborar un mosaico con la música de cada paciente
La presencia entre el ruido
Me preguntaba Pedro, mi joven amigo y colega que cursa su tercer año de MIR cómo Médico de Familia en Barcelona si es posible la presencia en las consultas masificadas de cinco minutos de duración. Esas consultas que son el pan nuestro de cada día en los Centros de Salud en España.
Y cuando iba a responderle me llegó la imagen de aquella bandada de vencejos como una miríada de instantes vividos (figura 5) y de lecturas antiguas y recientes para decirle que, a través de la longitudinalidad18, principal fortaleza del médico de Atención Primaria, podemos recorrer y construir por etapas el retrato del paciente y su enfermedad del mismo modo que lo hacen los pintores meticulosos e hiperrealistas como Antonio López19 (figuras 6 y 7). Meticulosidad, esa es la palabra para un trabajo bien hecho, que dignifique cada encuentro. Meticulosidad, ante todo.
Figura 5. La longitudinalidad: una bandada de pájaros en nuestra cabeza
Un lienzo puede ser un trabajo de años, de idénticas luces en días diferentes. Por eso nosotros también podemos pintar cuadros construidos a base de momentos en la larga y continua relación con nuestros pacientes desde la atalaya de nuestra consulta.
Figura 6. Antonio López. Madrid desde Torres Blancas. Colección particular
Figura 7. Exposición de Antonio López https://www.lavanguardia.com/local/valencia/20200924/483645007947/fundacion-bancaja-ofrece-retrospectiva-total-obra-antonio-lopez.html
El médico de familia y el homeópata comparten múltiples elementos en su quehacer, siendo sin duda uno de ellos la presencia, pero el homeópata dispone de un tipo de mirada que va más allá, que trasciende lo físico, lo psicológico y lo social para entrar en lo más íntimo de cada individuo. Una mirada que Pedro comprendió desde los primeros días en los que compartimos consulta en el Centro de Salud Doctor Castroviejo.
Ahora lo sé a ciencia cierta cuando me confiesa que sintió la presencia aquel día, quince minutos antes de las tres de la tarde, cuando entró aquella mujer rubia diagnosticada de TOC (trastorno obsesivo-compulsivo) en un espacio de escucha, sin prisas, sin reloj, de modo que un objeto diagnóstico, una etiqueta, se transformó para él en una persona que sufría.
Así, lo recuerdo también cuando después de nuestro encuentro releo al filósofo en su breve meditación médica4 y nos recuerda que el tú es maestro y médico, desde el momento en que su presencia es, en sí misma, enseñanza y ayuda.
Me parece imposible aspirar a algo más bello, más verdadero, que el compartir. Compartir experiencia, conocimiento, escucha y presencia. Comunicación y presencia.
La incomunicación presencial
Sin embargo, es frecuente en nuestros días comunicarnos o creer que lo estamos haciendo ausentes de la tarea y del momento presente. Nos encontramos en la era de la incomunicación presencial, del estar sin estar y sin ser.
La incomunicación presencial2 se produce cuando dos personas están muy cerca, pero, paradójicamente alejadísimas una de otra.
Aunque es algo que todos podemos comprender porque lo vivimos cada día como espectadores en una cafetería, en un restaurante, en el metro, en los museos (figura 8), en las salas de espera, en la propia consulta o incluso en nuestro domicilio, pintores como Hooper (figuras 9 y 10) o fotógrafos como Eric Pickersgill (figura 11) han sido capaces de captarlo con diferentes miradas a un siglo de distancia.
He vivido en primera persona la incomunicación presencial en las consultas de dermatología o en traumatología en la que fue imposible explicar la sintomatología y las circunstancias familiares que rodeaban a aquella fractura de tobillo, pero a menudo somos nosotros mismos los que con las interferencias y ruidos cotidianos en nuestra consulta y aún más por nuestros ruidos internos, estamos ausentes del tiempo y espacio compartido con los demás.
Figura 8. La incomunicación presencial en el Museo del Louvre. Foto Marta Torres
Todos participamos de modo consciente o inconsciente de la incomunicación presencial. Los médicos también podemos ser adictos a las tecnologías y estar enganchados al teléfono móvil como los lactantes al chupete, y a menudo, nos lo hacen ver los pacientes en nuestras consultas (en las que los ordenadores y los teléfonos móviles adquieren cada vez más protagonismo) de forma explícita cuando nos agradecen la escucha y la información20 recibida o cuando nos reprochan la incomunicación con su lenguaje verbal o no verbal.
Una incomunicación, que será presumiblemente más frecuente en la consulta a distancia anunciada que me lleva directamente a la novela de Gabo y que me produce el temor de la desaparición de la relación médico-paciente cuando contemplo los frívolos anuncios televisivos que también podemos ver en estaciones de tren y espacios publicitarios en la calle (figura 12) en los que un paciente joven y “guapo” interactúa con una médica joven y “guapa” on line.
En un momento de temor pandémico nada es de mayor ayuda para los pacientes que establecer una relación de confianza. Confianza que se genera con la mirada, la escucha, el interés genuino por la persona que está sentada frente a nosotros o al otro lado del hilo telefónico. Es entonces oportuno, recordar a Montaigne cuando nos decía que cualquier ciencia es dañina para quien carece de la ciencia de la bondad, un bien que puede ser tan escaso en este siglo XXI en el que parece que la medicina está convirtiéndose de forma progresiva en un negocio depredador.20
Figura 9 Edward Hopper. Habitación en Nueva York
Figura 10. Edward Hopper. Habitación de hotel https://www.museothyssen.org/coleccion/artistas/hopper-edward/habitacion-hotel
Figura 11. fotografías de Eric Pickersgill. https://www.ericpickersgill.com/#studio
Figura 12. El mercantilismo médico on line
Las consultas a distancia han llegado para quedarse21, tienen su propio espacio, su utilidad para profesionales, pacientes y familiares, y podemos estar presentes on line también22. Es cuestión de actitud y de aptitud comunicacional. De profundidad en la relación. Y de intimidad, porque como decía el filósofo Julián Marías sin intimidad no hay vida propiamente humana23.
Este bien de todos que es la relación médico-paciente, es un acto de cuidado íntimo, una conexión humana profunda15 y por ello, no puede ser una transacción mercantil como parece que muchos desean.
El peligro de la distancia entre el médico y el paciente y del empleo inadecuado y excesivo de las redes sociales es de tal importancia que cuando Richard Hayward acuña el término VOMIT (Victims of Modern Imaging Technology) comienza su artículo con el siguiente aserto: “Internet es el sistema creador de ansiedad más potente que jamás haya existido”24.
La consulta, por tanto, debe ser un acto de presencia, de intimidad, un encuentro dialógico porque si no, se transforma en una transacción de la nada, un vacío sin alma ni valor.
Un acto dialógico
Esta actividad artística, esta profesión que llamamos medicina, esta suma de técnica y relato, se expresa en toda su unicidad cuando es un acto dialógico.
De igual modo que el escritor es capaz de transmitirnos a través de la intrahistoria dialógica de los personajes la causalidad, las emociones y sus actos con tanta luz y belleza como Alfonso Mateo-Sagasta en su relato Mala hoja25, el médico homeópata busca y reconstruye a través del diálogo íntimo la etiología, sintomatología y cuadro nosológico y homeopático que le conduce a un diagnóstico y tratamiento preciso y personalizado.
Las conversaciones con pacientes26 son historias de vida, novelas en las que hemos de buscar la luz del diagnóstico entre las tinieblas. Un diagnóstico que nos permita compartir salud y vida.
Como describió bellamente Andrzej Szczeklik27 “Ese instante, ese destello, en el que lo desconocido se convierte en conocido se llama diagnóstico”.
Y esa luz, ese destello aparece en la escucha. Porque el médico presente, sea médico de familia, oncólogo, cardiólogo u homeópata, como dice Italo Calvino es el que me escucha y retiene sólo las palabras que espera28.
Cuando empieza un nuevo año complejo y esperanzador, las palabras del maestro Riccardo Muti29 nos recuerdan la importancia que tendrán la cultura, el arte y la música en la recuperación de nuestra sociedad, en nuestra salud física y mental. Con la emoción que estas palabras me producen quisiera concluir este texto compartiendo una reflexión como resumen de todo lo leído, sentido y vivido. Cada encuentro dialógico en el recinto sagrado de la consulta debería ser un acto de amor y de presencia en un cálido entorno de poesía, música y relato.
Referencias.
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¡Qué maravilla, José Ignacio! No tengo palabras para comentar lo que este conjunto de evidencias experimentadas nos deja como regalo y vitaminas inagotables. Si no lo vivieses cada día con esa profunda conciencia, con esa humanidad luminosa del abrazo que acompaña y cuida, no podrías explicarlo con tanto acierto, sensibilidad, maestría, lucidez y belleza. Muchísimas gracias por todo.
Un abrazo, querido hermano!
No se que decirte Sol.
Siempre tan cariñosa y profunda en las reflexiones sobre nuestras pequeñas letras.
Muchos besos
Me ha encantado esta visión tan amplia y enriquecedora del médico homeópata que es José Ignacio Torres.
Este enfoque dista mucho de lo que puede hacer un médico de familia de la Seguridad Social con solo 10 minutos por paciente y una larga lista de 30 o más que atender. Además no todos los médicos tienen tanto interés en escuchar a cada uno. Son dos visiones distintas.
Muchas gracias Vivian por acercarte a nuestro blog y leernos.
Tengo una deuda de lector contigo y un deseo de poder vernos prontos.
Muchos besos y abrazos para Paco
Siempre recordar que, nosotros los médicos, somos la medicina más potente y profunda que necesitan nuestros pacientes. Siempre, siempre, siempre.
Querido amigo, por favor, sigue inspirándonos. Un abrazo muy fuerte.
Gracias amigo.
Por ser tan generoso conmigo y por tu brillo profesional y humildad.
Estamos juntos en esa medicina de la presencia.
Abrazos
Jose Igancio.
Precioso.
Que justo leerte y desear la mirada profunda, intensa, comprometida y personalizada” del medico y de todos!
Muchas gracias Miriam.
Espero haber conectado con las palabras con mis lectores.
Besos