La compasión, esa rara cualidad que el médico necesita
Hace unas semanas acompañé a un familiar a la consulta del médico especialista y a pesar de su competencia y cordialidad pude comprobar dos aspectos que vienen condicionando de forma importante la relación clínica como un tipo particular y especial de relación entre personas; los médicos no escuchan y se centran exclusivamente en su agenda.
Fue imposible explicarle los condicionantes personales, sociales y especialmente familiares que influían en su enfermedad, evolución y deseo de una recuperación los más pronto posible.
Salimos del hospital con un sabor agridulce, dulce porque la situación parecía menos mala de lo previsto, amarga por la imposibilidad de ser escuchados, comprendidos y encontrar una pizca de compasión por parte de los sanitarios a los que habíamos entregado la potestad de restablecer su salud de un modo amable y armonioso que diera sentido a su gran labor.
Una mañana cualquiera, después de una serie ininterrumpida de consultas a distancia (salvo por alguna deseada visita de pacientes), me paro a pensar y reflexiono sobre los motivos por los que los médicos podemos atemorizar a los pacientes con frases del tipo “es una bomba de relojería” o “le puede dar un ataque al corazón” a una persona joven y sana sin antecedentes familiares ni factores de riesgo cardiovascular y con un SCORE de 1 por una cifra de colesterol de 245 mg/dl y prescribirle una estatina.
El último análisis mostraba una cifra de colesterol total de 160 mg/dl, y después de una interacción telefónica de veinte minutos con toda la información que he sido capaz de transmitirle a la luz de los conocimientos científicos actuales y apoyado en el hipocrático primum non nocere esa persona ha decidido dejar de usar el medicamento. Y ésta, para mí ha sido una relación compasiva, porque me he puesto en su lugar, he visualizado el problema como si fuera ella y he buscado la mejor opción en una estrategia de toma de decisiones, no solo desde lo cognitivo, sino también desde lo comunicacional y lo emocional.
Voy a visitar a su domicilio a una paciente de 85 años, que unas semanas antes ha estado ingresada por un grave problema cardíaco. Después de una breve entrevista y exploración física leo el minucioso informe de alta, propongo cambios en el tratamiento y acuerdo nuevos encuentros en su casa o en la consulta mientras hablamos de lo preciosa que está su nieta en la foto de primera Comunión.
Me levanto y pienso que le han atendido muy bien en el hospital, hasta que descubro la herida en su muñeca izquierda que tapa un apósito y me vuelvo a sentar para que me cuente que le tuvieron atada a la cama (lo llaman contención mecánica), le impidieron comunicarse, al quitarle la perilla para avisar si lo necesitaba y otras muchas cosas. Así lo siente, y es lo que más recuerda de su ingreso, es lo que despierta sus miedos y pesadillas.
Siento vergüenza y tristeza y solo deseo pedirle perdón en nombre de los sanitarios y de la humanidad entera.
El paciente alerta
El médico Juan Irigoyen comparte en Twitter que en su experiencia como paciente diabético una buena parte de las decisiones clínicas que han tomado por él han sido inútiles o dañinas lo que le ha obligado a aprender a defenderse y a buscar información alternativa. Por eso nos dice : “Soy un paciente siempre alerta”. Una alerta que nos lleva directamente a la necesidad de la práctica de una medicina mínimamente impertinente y a la revolución necesaria propuesta por Víctor Montori. Y es que la cuestión principal es que no tratamos PCRs, colesteroles o tensiones arteriales, sino personas.
La razón por la que la medicina existe es para tratar enfermos, no enfermedades. Desde Hipócrates pasando por William Osler a Gregorio Marañón este aserto ha sido una constante, pero es posible que los tiempos hayan cambiado, que los médicos tengamos una fe ciega en los ensayos clínicos, los metaanálisis o las guías de práctica clínica con sus sesgos, limitaciones y absoluta ausencia de personalización que generan en nuestras decisiones. Porque como nos enseña José María Esquirol, el cuidado pide repetición, la sabiduría de estar por encima de la novedad y conocer que las preguntas nos hacen a nosotros.
Decisiones que dependerán del paciente y de sus circunstancias, porque, aunque en algunos problemas de salud quedan pocas dudas de la necesidad y utilidad de las guías de práctica clínica, éstas deberían siempre ser pasadas por el tamiz del sentido común y la prudencia y la capacidad de situarse al otro lado de la mesa.
Y todo eso, tiene mucho que ver con la proporción, el equilibrio y la armonía como en las esculturas de Policleto, la arquitectura de Palladio o muchas de las obras de pictóricas del quattrocento.
Andrea Palladio. Villa Rotonda
La relación médico-paciente y la sección áurea
El médico debería ser un buscador de belleza, por eso, hace tiempo que pienso, que la vida, y la consulta se asientan sobre un triángulo, como una especie de trípode que si cojea se cae. Algo que, nunca nos han enseñado en la escuela ni en la universidad, y que en general ni siquiera hemos pensado en ello.
Este triángulo se conforma por lo cognitivo, lo emocional y lo comunicacional. Las emociones y las técnicas de comunicación se estudian, se practican y se aprenden, de modo que podemos interiorizarlas en nosotros del mismo modo que otros aprendizajes y habilidades que pueden llegar a ser automatismos diarios.
Si pensamos en la sección áurea como principio del rectángulo armónico, podemos situar en cada uno de sus ángulos lo cognitivo, lo comunicacional y lo emocional como un modo equilibrado de relacionarnos.
Igual que para Tomás de Aquino la belleza conlleva proporción, integridad y claridad, siendo además la proporción un valor ético en su equilibrio de palabras y actos, la compasión debería ser una forma de expresión de la belleza moral.
La belleza moral es lo adecuado a los fines que persigue el terapeuta; ser un creador de verdad y belleza, como artista que es, un buscador de equilibrio y homeostasis, como guía de la salud del paciente y un negociador altruista en la búsqueda de acuerdos para la toma de las mejores decisiones compartidas.
La sección áurea
La compasión en medicina
Cuando hablamos de compasión podemos pensar en una palabra de contenido religioso o espiritual, o en el mejor de los casos en nuestro contexto clínico en algo solo aplicable a situaciones difíciles como enfermedades graves, problemas sociales complejos o enfermos terminales.
Sin embargo, si consideramos que la medicina debería ser una alianza entre la ciencia y la bondad, toda relación terapéutica es necesariamente compasiva, porque solo desde la capacidad empática que permite ponerse en el lugar del otro es posible no dañar y buscar con todas nuestras fuerzas lo mejor para cada paciente.
Y esta máxima de ciencia y bondad, es especialmente difícil de cumplir en el contexto de una sociedad y una práctica médica mercantilizada, donde las decisiones de los médicos pueden estar consciente e inconscientemente mediatizadas por influencias poderosas (no siempre independientes) que conducen a errores comunicacionales, éticos y clínicos.
Errores que han conducido a países como los Estados Unidos a un empeoramiento de la salud de los ciudadanos e incluso a la disminución de su esperanza de vida. Errores, que tienen mucho que ver con la falta de empatía y compasión en la medicina que se practica tanto en los hospitales como en los centros de salud.
Aprendiendo y practicando la compasión
Para la RAE, la compasión es un sentimiento de pena, de ternura y de identificación ante los males de alguien. No es tener lástima del otro, sino sentir con él, por ello es un sentimiento emparentado con la ternura y el amor.
Aunque en Occidente, la compasión ha estado casi siempre bajo sospecha, y por eso es frecuente escuchar a los pacientes decir “no quiero que me compadezcan”, para los budistas es la actitud espiritual apropiada y para las religiones del Libro, la misericordia (uno de los nombres de Dios para el sufí murciano del siglo XIII Ibn ‘Arabî), es un acto cosmogónico de compasión.
Para la medicina, la compasión se encuentra en el corazón de la práctica clínica y es un sentimiento humano que se manifiesta desde el contacto y la comprensión del sufrimiento del otro ser.
Puede definirse como la percepción y la compenetración en el sufrimiento del otro, y el deseo y la acción de aliviar, reducir o eliminar por completo la situación dolorosa.
Es algo que va más allá de la empatía,queconsiste en adquirir información sobre el otro y entender la situación, pero no tiene porqué ser positiva y es multiuso, porque la compasión es la preocupación auténtica por el otro con el deseo de mejorar su situación, es positiva por definición y altruista.
Ser compasivo es a la vez altruista, porque ayudamos y egoísta porque nos beneficiamos a nivel emocional e inmunológico. La compasión, como la generosidad es contagiosa, se transmite de unos a otros como una cadena de empatía.
Para la práctica de la compasión, es preciso como nos sugiere Manel Campíñez, cambiar el objetivo de macro por el gran angular, y así, comprender a los pacientes. Ver el mundo con los ojos del otro te ayuda a entender lo que sienten y además crea un vínculo.
Y en ese vínculo hacer un viaje de ida (al cerebro del otro, al dolor del otro, sin quedarnos allí) y otro de vuelta. Esto es compasión, la voluntad de ayudar a resolver el problema del otro.
Viendo a los otros desde el gran angular
La compasión es multicomponente: cognitivo, afectivo, motivacional y conductual, y se pueden entrenar, de modo que esta formación y adiestramiento debería ser obligatorio en la medicina y en la vida.
El ejercicio de la compasión exige aceptación, por ello la mejor recomendación para el cuidador es cuidarse previamente. Es preciso cuidarse para poder ayudar a los demás y no morir en el intento, y eso es un arte, el arte del cuidado.
Compasión con pasión, pero aceptando nuestros límites, porque aceptarlos no es resignarse. En la aceptación estamos en el presente y en la resignación en el futuro. Y solo hay un modo de escuchar, comprender y compadecer; estar presente.
La caja de herramientas emocionales
La relación terapéutica conlleva un deseo de hacer el bien. Es un encuentro amoroso y el principio del amor, que se inicia en la sympátheia es también el principio del conocimiento. Es indudable, que cada uno hace la filosofía que lleva dentro, la poesía que lleva dentro, la medicina que lleva dentro.
Por eso, mi filosofía y mi medicina están centradas en el intento de llenar la mochila por la mañana camino a la consulta de herramientas comunicacionales y emocionales. Herramientas que me gusta compartir con mis compañeros y alumnos.
En esa caja de herramientas siempre procuro llevar las tres básicas que no pueden faltar en ninguna relación con los pacientes; presencia, sintonía y humildad.
Estar presente, evitando los ruidos e interferencias es complejo en la situación actual de nuestras consultas, por eso es necesario hacer un esfuerzo de auto cuidado, de auto estima y auto conocimiento que permitan la presencia en el caos.
La sintonía la intuyo y confirmo cuando soy capaz de hablar el mismo lenguaje que el paciente, pongo en mi boca sus palabras a través de refraseos y paráfrasis, escucho su misma música y vislumbro los colores que conforman las personas y paisajes que explican cada narrativa.
Y la humildad es una necesidad del médico, en un permanente proceso de desaprendizaje y reaprendizaje, un descalzarse cada mañana al traspasar el umbral de la consulta, porque sin humildad no somos nada.
Cuidarse es esencial para poder cuidar a los demás, por eso la literatura, la poesía, la música, la meditación, el ejercicio físico, el baile o el chocolate pueden ser aliados del terapeuta, del que cuida.
Soy un tipo extraño, que acude cada día a la consulta con la convicción de que va a disfrutar de su trabajo. Una tarea de relación, de escucha, de comprensión y siempre que sea posible de compasión.
Soy un tipo extraño
porque
me gustan las historias
que dejan el corazón lleno de esperanza.
Soy un tipo realmente extraño
porque
siendo médico, me ponen furioso
la mayoría de los médicos con
su indolencia, su altivez
y esa estudiada falta de escucha.
Soy realmente un tipo extraño
porque
me apasiona escuchar los relatos
de las personas que acuden a mí
y apago el reloj en cada encuentro
porque el tiempo no existe cuando
Tú me necesitas.
Soy muy extraño
porque
me enfadan los sanitarios que
reprenden a los ancianos que
no entienden la jerga médica.
Soy muy, muy raro
porque no entiendo a los médicos
que despachan con cajas destempladas
a aquellos que preguntan por sus males.
Conozco el miedo
porque
lo veo cada día en las caras
de los que acuden a mí
ansiosos, desesperados, doloridos
preocupados por un análisis
o por las palabras que cualquiera
hemos pronunciado sin saber el daño que provocan.
No me molestan las lágrimas
porque la consulta es un lugar
de escucha y de confort.
donde siempre debería haber pañuelos
en el que todo sentimiento cabe
por muy difícil o incómodo que
pueda resultarnos cuando
tenemos tantas prisas y tantos
pacientes en las salas de espera.
Soy un tipo muy extraño
Porque a pesar de todo y de todos
me siento cómodo en
los espacios abiertosa la compasión.
Bibliografía
Brackett M. Permiso para sentir. Educación emocional para mayores y pequeños con el método RULER. Diana. 2020
Bueno JM, Casajuana J, Davins J, Fernández MJ, de Marcos L, Marquet R, Palacio F, Reguant M, Zapater F. Al otro lado… de la mesa. La perspectiva del cliente. semFYC. 2000
Del Amor C. Emocionarte. La doble vida de los cuadros. Espasa. 2020
De Waal. El último abrazo. Las emociones de los animales y lo que nos cuentan de nosotros. Tusquets. 2019
Eco U. Historia de la belleza. Debolsillo 2018
Epstein R. Estar presente. Mindfulness, medicina y calidad humana. Kairós. 2018
Esquirol JM. La resistencia íntima. Acantilado. 2016
Esquirol JM. Humano, más humano. Una antropología de la herida infinita. Acantilado. 2021
Francis G. Mutatio Corporis. Medicina y transformación. Siruela. 2019
Francis G. Intensive care. A GP, a community and COVID-19. Profile books. 2021
García Campayo J, Demarzo M. ¿Qué sabemos de Mindfulness? Kairós. 2018
Marina JA, López Penas M. Diccionario de los sentimientos. Anagrama. 1999
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Excelente artículo, comprometido y sincero!
BENDITO HIPÓCRATES
Conciencia, alma y poesía
un tríptico de luz
para hacer que la sombra
se despierte
saltando del dolor y del miedo
hasta el reposo,
del ciclón a la calma
y de la noche al día.
Eterna medicina sin fronteras,
bálsamo sanador
y homeopatía
que de la compasión
es la sustancia.
Fuera de ese paisaje
que nace en los adentros
y crece en el contagio
que nos hace familia universal,
la vida se ennegrece,
se enturbia y se corrompe,
el vivir es sufrir,
el prójimo enemigo,
la bondad un absurdo
sin bienes gananciales,
ni rentables,
la libertad un timo o un insulto,
y la felicidad un imposible,
el mundo una cloaca,
y amor una utopía
para bobalicones en la inopia…
Un absurdo feroz
que de la enfermedad
hace su imperio
y de la medicina(¡?) para autómatas
un negocio brutal
de ceguera perenne.
Amar es otro estado, es otra esencia.
El amor regenera y compadece
en presente continuo,
cura, limpia y restaura
no pide relevancia
ni fama ni caché
ni alabanzas ni títulos
ni aplausos ni vitrinas,
porque la recompensa
viene ya rebosante
desde la luz impresa
en ese mismo amor que repartimos
porque somos amor aun sin saberlo,
una dulce y divina sorpresa
que solo al compartir su esencia,
que es la nuestra, descubrimos.
***
La poesía solo puede responderse con poesía. ¡Mil gracias!
José Ignacio, querido amigo, hermano y maestro!
Un abrazo poético e infinito
Leí con atención su relato de la relación médico paciente y quiero decirle que comparto totalmente con ud. soy médica y lo viví en persona cuando un remedio que me recetaron un Anti hipertensivo que me afecto el pulmón y el médico no creía q me hacía mal hasta que deje y empecé a investigar yo mi ama mi caso y no descubrir que me lesionó el pulmón.considero que el médico perdió la sensibilidad humana no les importa SOS un objeto que representa cuánto gana x uno
Muchas gracias Elsa
Por tu testimonio, por tu comentarios y por leernos
Un abrazo