Cuando te parten el alma
Me duele el daño que / me hicieron / en un todavía que se alarga
A nadie le gusta que le partan la cara pero seguro que es peor que te partan el alma.
Aquel día vino con su madre y entró a la consulta con sus gafas de sol para disimular sus lágrimas y sus heridas. No nos conocíamos.
Recuerdo que después del tiempo de consulta pasamos a la sala de enfermería para las curas y allí me contó que una joven le había tirado un vaso a la cara por un quítame allá estas pajas en la discoteca. El vaso estalló en su rostro como si fuera una granada de mano llenándola de esquirlas y de sangre. Y en la cristalina explosión el tiempo se llenó de miedos.
Le preocupaba faltar a trabajar, su nerviosismo y frustración, pero sobre todo su cara. Y era entendible, porque detrás de aquellos ojos de intenso azul y esa piel marmórea se vislumbraba una muchacha de fuerte carácter atrapada en un callejón sin salida y sin capacidad de tomar decisiones.
Presentaba varias heridas en la frente y supraorbitarias con intenso edema y hematoma que deformaban su bello rostro y una intensa hemorragia subconjuntival. Le habían partido la cara.
El dolor era físico y precisaba tratamiento pero dolía más el alma. La indignación con su agresora era intensa, limitando su capacidad para entender las instrucciones y explicaciones más sencillas.
Había sido invadida. Invadida por la rabia mientras nadaba en un mar de lágrimas ahogándose en océanos de miedo.
Los fantasmas también quieren flores, pero la gente solo tiene miedo.
Dos días después volvimos a vernos. Seguía con sus heridas, la cara hinchada y el ojo a la funerala. Queriendo leerle el pensamiento me escuché decirle que una imbécil no podía estropearle la vida.
Aceptó el empleo de Apis, Arnica y Ledum palustre y pocos días después el edema, los hematomas y la hemorragia subconjuntival estaban resueltos. Me confiaron tanto su madre como ella que los efectos de los medicamentos homeopáticos habían sido sorprendentes a pesar de su reticencia a utilizarlos.
Pero quedaban los miedos. A quedar con cicatrices en su rostro y en su alma. Miedos a no poder trabajar, a no poder salir de noche, a no seguir siendo guapa, a no ser la misma Paloma de siempre. Miedos que se notaban en su cuerpo, en su sueño, en su vida. Miedos que invadían su cuerpo, su mente y a sus seres queridos.
Quisiera huir ilesa del espejo/ roto / quisiera perder el miedo a este miedo/ intacto
El mundo estaba lleno de cicatrices y aunque en la exploración nada lo hacía indicar acudió a un centro privado, con un médico posiblemente privado de sentido que le realizó radiografías de cráneo y pautó un corticoide tópico de potencia elevada para las cicatrices de pocos días en su cara. Era tiempo de Graphites y Causticum pero sobre todo de escucha, de comprensión y de ayuda.
Su manera de despedirse esbozando una sonrisa y con un beso me hicieron pensar que la escucha y el afecto eran los medicamentos más importantes para ella en esos días.
A menudo el silencio es el más fuerte de los sonidos y casi todas las palabras del terapeuta sobran. Son instantes de luz en un mundo de sombras que permiten a través de la hospitalidad, la presencia y la compasión que la paciente se sienta como en casa, en territorio amigo. Un lugar donde las lágrimas están permitidas y la angustia se puede expresar sin tabús mientras intentas que escuche y sienta la música serena que ayuda a seguir hacia delante.
En un determinado momento de escucha pensé que como un choque de trenes su mente se vio de repente invadida de incertidumbre, desconexión y de pérdida. Una dolorosa pérdida de su firmeza y de su belleza. Estaba asistiendo a su duelo prematuro porque ella creía que había perdido la razón y la piel.
¿Cómo restablecer su firmeza?
Me pregunté de qué modo acompañarle en el camino más apropiado de afrontamiento encarando el problema. Y de pronto me escuché en un ruido de metáforas porque las lesiones físicas estaban en la frente y en la cara. Eran las palabras exactas para definir la situación, el dolor y la pérdida.
El espacio de la consulta volvió a convertirse en algo sagrado. Es difícil no perder la presencia, es complicado mantener un contacto visual-facial que invite al otro a sentirse acogido mientras el teléfono y las puertas suenan y se percibe el rumor de la sala de espera. Pero lo que realmente cura es el afecto y lo que debemos transmitir es que la medicina más efectiva está en el interior de cada uno. Y ella podía curarse volviendo a pensar en fortaleza y en belleza, en lugar de miedo y fracaso.
Tenía que hacerla ver que las cosas iban a salir bien. Hablar en positivo. Darle una posibilidad a la esperanza.
¿Lo entendería ella a pesar de seguir envuelta en incertidumbre y lágrimas?
Me duele un pasado que no cicatriza, / el chillido de un fantasma que / nunca se va.
Las consultas resultaban difíciles por sus miedos. Por ver como una tontería puede partirte el alma en un momento y causar a pesar de tenerlo todo (inteligencia, belleza, afecto familiar y de su pareja, un buen trabajo…) una enfermedad.
Quizás ese tipo de problema de salud que podríamos etiquetar de trastorno de estrés postraumático.
Tiempos de Aconitum e Ignatia. Quizás tiempos de psicofármacos. Y siempre tiempos de escucha. La silla como elemento clave de la tecnología del médico de Atención Primaria. Los sentidos abiertos para la presencia.
La ansiedad la perseguía con miedos, insomnio, crisis de pánico y dificultad para cualquier tarea mental que antes le resultaba sencilla y automática. Y en ese momento, a pesar de todo quería ir a trabajar.
Valoramos los pros y contras para tomar una decisión compartida sobre la utilidad del trabajo y la necesidad de empleo de antidepresivos. Y después de mi prescripción e indicaciones acordamos que el medicamento parecía necesario pero no suficiente.
Quedaba un largo camino por recorrer juntos entre los miedos, la frustración y la rabia. Tiempo hasta que Paloma pudiera volver a volar.
Tú me miraste la mano y lo dijiste,
así,
con el mar entre los dientes:
no vuela quién tiene alas,
sino quien tiene cielo.
Hablar de homeopatía para el problema físico, para sus heridas y para su estado emocional. Para todo lo que le angustiaba, para los temores a las secuelas físicas, estéticas y emocionales. Hablar de homeopatía creo, fue una forma más de mostrarle mi comprensión, mi respeto, mi afecto y disposición de ayuda.
Porque todos necesitamos una mano tendida y una experiencia guiada cuando nos parten el alma.
Todos los poemas son de Elvira Sastre. La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida. Visor. Madrid. 2016
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Una vez más, querido José Ignacio, tu testimonio viene a conmover profundamente las conciencias lectoras desde esa realidad cotidiana, riquísima, sobre todo cuando se aprende a mirar desde dentro y a descubrir que lo mejor que tenemos está también en nuestros hermanos y hermanas de humanidad, especialmente cuando la fatalidad ‘les parte el alma’ y al otro lado del dolor hay un alguien dispuesto a comprender con empatia y ciencia aplicada al alivio y a la compasión, como es tu caso y el de todos los y las médicos con una conciencia lúcida y por ello, fraternal, y si además la homeopatía es la mater et magistra, para qué más. Eso quiere decir, que el médico está despierto y abierto a la grandeza de una ciencia que además es un arte meditativo y práctico, constructivo y poético. Imprescindible para sanarse y crecer en salud por dentro y por fuera. Muchísimas gracias por esta maravilla de post, que acabo de colgar en el blogg.
Un abrazo tan grande como tu vocación de humanista medicinal
Gracias Sol porque das una profundidad lectora a mis palabras que las dotan de magia y por tu forma de animarme a seguir escribiendo desde el corazón.
Besos
Querido Maestro, hermosa redacción.
Pero he echado de menos a Staphysagria. 🙂
Gracias Pepe.
Muy acertado tu comentario.
Este medicamento está siendo un aliado en el camino compartido con esta paciente,
Abrazos
Abolutamente brillante,
Tanto desde el punto de vista clínico como humano (si se pueden separar),
y escrito con un arte y sensibilidad maravillosos.
GRACIAS
Muchas gracias Gualberto
Me hace sentir muy bien saber el trabajo que lleva escribir estas cuatro letras es útil a personas sensibles e inteligentes como tú.
Un fuerte abrazo.
…..y aquí tenemos otra lección de humanidad, de empatía, de amor, de MEDICINA, desde el corazón de nuestro maestro Jose Ignacio.
….muchas gracias, una vez mas, por compartir sabiduría y provocar “mariposas en el corazón”
un beso, gran amigo
Muchas gracias Nieves
Siempre tan generosa y amable conmigo.
Muchos besos
Hola.
Podríais informarme donde pasa consulta.
Ya no se donde acudir.
Gracias
Buenos días Toñi.
En el blog puede encontrar a muchos médicos que dependiendo de su lugar de residencia le podrán ayudar.
Un saludo y mis mejores deseos.
Qué relato mas bello Jose Ignacio!! Con que belleza has dibujado la grandeza del encuentro humano que se da en la relación medico paciente!! Que imprescindible es atender tanto las heridas físicas como las emocionales, y que gran herramienta nos brinda la homeopatía al disponer de medicamentos que ayudan a sanar ambas!!
Gracias por abrirnos tu corazón y que afortunada tu paciente de tenerte como medico!!
Gracias Lola por leerme y por todo lo que me has enseñado.
Parte de mi forma de mirar a los pacientes lo aprendo de ti.
Muchos besos
Realmente maravilloso como siempre. Me has conmovido, me ha encantado, en cada palabra, frase, párrafo descubro tu buen hacer y recuerdo tantos momentos aprendiendo a tu lado.
Qué suerte ser tu paciente, tu amiga tu alumna.
Sigue así Ignacio… Un abrazo.
Muchas gracias Sonia y bienvenida al blog.
Gracias por tus palabras y tu cariño.
Besos
Precioso relato Dr. Torres, lleno de sensibilidad ante él sufrimiento no sólo físico sino emocional de su paciente. Me encantó. Bendiciones desde Puebla, México.
GRACIAS, en mayúsculas
Precioso relato desde el Alma! Un vínculo precioso donde sanación se manifiesta. Cuántos de nosotros tenemos heridas que no se ven pero que ahondan tan profundamento que el estar aquí en la tierra ahoga y carece de todo sentido de pertenencia. Acallar ese lamento con psicótropos no es la fórmula y a veces el remedio homeopático adecuado no es suficiente para restaurar el equilibrio. Gracias Jose Ignacio!