Gestación, nacimiento y crianza desde el Sur I
Una mirada comprensiva-compasiva sobre la infancia, la salud y la vida
Por la Dra. María Fuentes Caballero
Las enfermedades infantiles agudas, deben ser cuidadosamente tratadas, y no suprimidas con fármacos químicos, pues el peligro es que éstas se transformen en procesos inflamatorios subagudos, detonando así, la manifestación de la predisposición genética, y expresando así las enfermedades crónicas degenerativas. (V y C)
El texto que Vitoulkas y Carlino desarrollan en este artículo sobre Continuum de la teoría unificada de las enfermedades, es una de esas revelaciones que aparecen, tras haberlas descubierto en carne propia, a base de tropiezos, dudas, búsquedas, confusión, intuiciones y la larga soledad de la autodidacta.
A lo largo de estos años, he intentado comunicarla a los mapadres de todas las maneras que mi momento me inspiraba y sentía que ell@s podían entender. Frecuentemente, con un papel delante, donde siempre suelo dibujar esquemas, flechas, que acaba casi emborronado y que ell@s, al terminar la consulta, me demandan al verme tirarlo a la papelera: “¿puedo llevármelo?”.
Nunca he pretendido que las familias den homeopatía. De hecho, algunas deciden no darla. Mi intención, por encima de todo, siempre ha sido, que comprendan, que todo tiene una génesis, un mecanismo, unos caminos. Tanto para llegar a la enfermedad, como para recuperar la salud o preservarla. Si comprenden eso, el resto es secundario, porque de ese modo, conseguirán lo más importante: no dejarse secuestrar por sus propios miedos, ni por los ajenos.
Actuar desde el sentido común, el cuidado inteligente y amoroso, donde el daño sea el mínimo posible. Así estarán preparad@s realmente, para acompañar a sus criaturas a lo largo de la vida en las crisis que hayan de venir, disfrazadas o no de enfermedad. Y para tomar decisiones serenas sobre temas tan delicados y controvertidos como: ¿Guardería si, no? ¿Cuando? ¿Cómo? ¿Vacunar? ¿No vacunar?, ¿Vacunar de algunas? ¿De todas? ¿Cuando? ¿Antipiréticos? ¿Antibióticos? ¿Cuando? ¿Cómo? ¿Lo llevamos al médico? ¿Al centro de salud? ¿Al hospital? Y un largo etc, que ni acabará en las dolencias propias de los tres primeros años, ni tampoco en el ámbito de la salud física. Porque no nos hacemos mapadres de bebés o criaturas, sino de personas, que van creciendo, y seguirán necesitando apoyo, decisiones serenas, ayuda, cuidados, protección, confianza, a lo largo de muchos años.
Me zambullí en esta nueva aventura de conocimiento, la medicina homeopática, por necesidad, empujada por la personas que han acudido a mí en busca de ayuda, de cualquier tipo: parto, enfermedad, embarazo, regulación de la concepción… Pero siempre con un apellido: “Busco otra manera menos agresiva de lo habitual, más respetuosa, que nos dé más autonomía, y más confianza, y esté en sintonía con mi-nuestras necesidades de crecer como personas y como familia, y sobre todo, que no nos haga daño innecesario.” Es la esencia de lo que la mayoría de las personas que han acudido a mí como profesional, venían buscando en este rincón perdido de la Sierra de Cádiz.
Fui la primera sorprendida cuando veía que con la homeopatía conseguíamos que una fiebre de 39 o 40 grados, en una criatura de meses, bajara y se contuviera razonablemente, en minutos o en horas, con unas pocas dosis de un remedio homeopático. O que una amigdalitis pultácea remitiera, sin antibióticos, en un par de días. O que una bronquitis desapareciera en menos de una semana, sin otro fármaco que el remedio homeopático. Y así, hasta decenas de dolencias agudas y crónicas, que poco a poco fui atreviéndome a tratar. Siempre con el apoyo y la supervisión de colegas más expert@s y con un@s mapadres informados y dispuestos a compartir la responsabilidad del cuidado conscientemente. Lo cual incluye dudas, inseguridad, incertidumbres y miedos, lógicamente.
A medida que han pasado los años, el asombro no se me acaba. Se han resuelto situaciones que ni yo hubiera creído posibles años atrás. Se me han ido cayendo por el camino muchas creencias. Creencias de incurabilidades, de cronicidades pronosticadas “para siempre”, creencias sobre diagnósticos que cada vez más detecto como “modas” o “cajón de sastre”: reflujo esofagogástrico, alergias… ¡al agua!, ¡al aire!, ¡a decenas de alimentos!, trastornos de hiperactividad, asmas crónicas. Lo he vivido con mucho conflicto, a veces. Porque, ¿Cómo se hace para que no entren en confusión o aumente la que ya tienen las familias que han creído hasta ese momento a pies juntillas lo que han escuchado de uno o varios expert@s profesionales?: un diagnóstico-pronóstico de incurabilidad o sencillamente de cronicidad.
Aún recuerdo una de las primeras familias, procedente de un pueblo de la sierra, licenciados universitarios y profesiones liberales. Cuando abordamos el tema del tratamiento farmacológico, me contaron que el pediatra les había recetado singulair y les había advertido que eso debía tomarlo a diario y ¡para siempre! Y que como el niño era asmático, si no lo hacían así, podía “ahogarse”. En fin. Comentarios de este tipo han sido tantos, y que sonaban tan amenazadores, que me hago cargo de que salirse de ese condicionamiento requiere dosis extra de valentía.
Tampoco me alcanza para comprender cuál es el criterio de l@s profesionales que lanzan esos mensajes, ni su intención, ni hasta dónde son conscientes del alcance de sus palabras, más allá de sus actos. Prefiero pensar que su intención es buen. Pero como personas comprometidas en acompañar a recuperar y preservar la salud, debemos recordar que nuestras palabras también pueden tener un efecto placebo, curativo y nocebo.
Confusión también cuanto que cuando me llegan criaturas con diagnósticos de cronicidad o incurabilidad, suelen haber sido visitados por más de 2-3 expert@s médic@s.
Siempre he sentido y vivido que la parte más difícil de mi trabajo cotidiano no es sólo la de curar, sino la de abrir una brecha en el sistema de creencias de la familia-persona, la de explicar de manera comprensible y sencilla cómo funciona un organismo humano vivo, en salud y en enfermedad, cuando yo misma estoy tratando de comprenderlo día a día. Y aún me considero lejos de comprenderlo al cien por cien. Cuando yo misma, he de afrontar continuamente mis propios condicionamientos, inseguridades, mis propios miedos, y asumir la responsabilidad en primera persona, de decisiones que revierten en la vida de otr@s. Sin ninguna institución que respalde mi trabajo.
Difícil, porque el condicionamiento colectivo nos tiene atrapad@s, al extremo de que justamente en nombre de la ciencia, no se comprende aún el auténtico significado de lo que quería decir uno de los referentes científicos más reconocidos de nuestra historia con: “Más que un cuerpo con energía, somos energía con forma de cuerpo” (A. Einstein)
María Fuentes Caballero. Arcos de la Frontera. Cádiz. 2022
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