La dramaturgia del médico de Atención Primaria y el virus COVID.19
Por el Dr. Torres
Se han vertido tantas páginas sobre el virus que nos aisló y la actuación de los sanitarios que parece prudente y también necesario reflexionar y escribir sobre ello sin hablar de uno mismo y evitando la queja como diría Gracián. Por ello, aproximarse al relato desde la ventana del silencio poniendo en valor los sentimientos, emociones y sufrimientos de estos y aquellos días puede ser la mejor manera de comprender, aceptar y generar acciones de presente y futuro.
Sangra querido corazón (Blute nur, du liebes Herz ¡)
El título de la historia de esos meses interminables podría ser el mismo que el del aria número ocho de la Pasión Según San Mateo de Juan Sebastián Bach: ¡Sangra querido corazón! Sangra en silencio el corazón por todas las voces que han querido gritar mientras se sentían amordazadas en los hospitales, en sus hogares y en tantas y tantas residencias de ancianos.
Calladas fueron las voces de los médicos que sentimos la herida silenciosa desde fuera y dentro de nosotros. En los ríos de silencio que manaban y embebían las batas desde el esfuerzo, los llantos, los miedos, el dolor, la frustración y el agotamiento. Incluso, en no pocos el abandono de una vocación, de una profesión elegida. Voces que en la soledad sonora sintieron el corazón sangrante haciendo de él un verso partido.
Presenciamos atónitos y enmascarados con las gafas empañadas( por las lágrimas y el aliento) y el ánima encogida envueltos en trajes azules, naranjas y amarillos los silencios amenazadores que de un modo nunca visto les arrojaban a las tinieblas de su ser y traducían en lenguas de fuego desconocidas para nuestros oídos la aniquilación del sujeto y la incomunicabilidad generada en los domicilios aislados y en las calles emboscadas entre los seres humanos de toda edad muy especialmente en los más frágiles.
Asistimos al estruendo permanente que generaba un ruido continuado como una colmena de abejas zumbando amenazante en nuestras cabezas y penetrando por nuestros oídos. Ruidos violentos desde las cavernas de los que no saben o no quieren callar. Nuevos y tenebrosos paisajes sonoros que hubieran llenado de pavor a Marinetti y provocado el aullido de John Cage deseando la vuelta al relato mozartiano.
Gritos de cristales rotos a través de las imágenes, el fragmentado son de las armas, los aviones a veces parados y otras rompiendo las olas de las nubes, los trenes veloces sin destino, el tañido de cacerolas en las cocinas y las ventanas, los ritmos estridentes en las calles vacías, los agudos susurros callados y las redes de araña gigantes que te atrapan y devoran tejidas por el mercado.
Un corazón sangrante había empapado los ojos, las manos, los oídos y las batas traspasando como un estilete nuestros cuerpos.
Escuchar aquello que está ausente
Pero también pudimos contemplar y sentir los silencios como reflexión y viaje hacia el centro de nosotros mismos. Novísimos silencios interiores bombeando a ritmo de jazz sanguíneas resiliencias para resistir al estruendo del mundo.
Hemos sentido como el poeta de manera individual y colectiva que nada hemos escrito aún sin mojar la pluma en el corazón, abierto de par en par en el transcurrir de estos ya dos años de travesía por el desierto del dolor y la incertidumbre de las palabras.
Comprendimos que vivir era sobrevivir a las circunstancias sanitarias y sociales haciendo oídos sordos a los ruidos, abandonándonos al ser y estar sin pensar en el tener ni por un instante, sintiendo con todo el cuerpo y con ese corazón abierto los silencios sonoros de la música aleatoria vaciada de sonidos ambientales, escuchando todo aquello que estaba ausente en las telas de araña y presente en nuestro interior.
Sólo desde esa resistencia íntima y desde el convencimiento de un nuevo renacimiento tras las ruinas morales circundantes podríamos buscar la bondad, la belleza, en la seguridad de la eficacia en la labor, y la esperanza. Una esperanza creativa que tendría su estandarte de nuevo en la verdad.
La filosofía y la ciencia como aliados
Rodeados de datos y de números constantes y permanentemente contradictorios era más que razonable la búsqueda de la verdad a través del conocimiento científico evitando los cantos de sirenas de las voces estridentes, pero también encontrando la ayuda y el consuelo inestimable de la filosofía en la reflexión ética y el razonamiento pausado y sereno que nos regala el debate y el dilema. Dilema que ha sido una constante en la toma de decisiones dificultadas por la novedad del problema y las maneras de afrontamiento. Dilemas clínicos y éticos que nos han acompañado en un profundo aislamiento y desasosiego en el huerto yermo del desamparo. Dilema construido desde una mirada a la vez médica y filosófica como el cuidado de uno mismo y de los demás.
Una de las grandes lecciones de estos tiempos es la persistente fragilidad del conocimiento (y más concretamente del conocimiento científico), tan cambiante y abierto al diálogo, el debate y la reflexión continua desde la humildad.
Esa posición humilde en la que desde Sócrates todos los grandes sabios que ha habido a través de la historia han estado ubicados. Necesaria humildad en cada uno de nosotros, porque a la ciencia ahora de pronto se le atribuyen las cualidades de la religión y creer que la ciencia va a sustituir a Dios es pensamiento mágico.
Tengamos a la ciencia como amiga, aliada del conocimiento y el progreso constante de la humanidad y no como espada. Porque no combatimos en nuestro favor, sino por la razón, o lo que nos parece razón. Cada uno tenemos nuestras propias razones que no son apriorísticamente mejores ni peores que las de las demás siempre y cuando no estén basadas en intereses espurios sino en el estudio y la experiencia.
La ciencia es un amigo imprescindible que debería dar frutos y ayudar a transformar las condiciones de vida, del mismo modo que otras formas de sabiduría y conocimiento como la filosofía y las artes. Todas son necesarias en la toma de decisiones porque el conocimiento fragmentado es mucho más frágil y la principal génesis de incomprensión y de errores especialmente en situaciones de gran complejidad.
Crecer desde los silencios
Es momento pues de crecer desde los silencios. Silencios de reflexión, sugerentes, que dicen lo indecible. Silencios de deseo, de curiosidad y de sorpresa. Silencios de prudencia en las conversaciones. Silencios de paciencia en las contradicciones. Silencios en las consultas, en las casas, en las calles, en los hospitales. Silencios de respeto, de delicadeza, de simpatía dolorosa.
Y es ahora, también más necesario que nunca crecer como individuos, como médicos, como sanitarios, como parte de la sociedad, en los silencios que nos inundan, acompañan y nos sanan. Silencios que nos apartan del caos, de la mentira y del ruido. Silencios de humildad, de cercanía y de calma. Silencios de estar con nosotros para vosotros. Silencios de paz y de pobreza. Silencios de sentir y compartir. Silencios para volver a ser, rehacer nuestra historia común, porque el silencio es el lugar en el que se forjan a fuego y oro las cosas importantes.
Silencios que nos permitan abrir puertas al comienzo de cada consulta haciendo de ella un acto callado de respeto, de amor y disponibilidad para la escucha. Porque el lenguaje tiene más fuerza si no se separa de los silencios, de los sentimientos y de los compromisos es preciso crecer en las dificultades, reinventarse en las crisis, volver a ser uno para el otro desde los silencios.
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