Cómo y por qué se inventan enfermedades
¿Puede una enfermedad ser “inventada”? ¿ha pasado alguna vez? ¿sucede en el presente? ¿qué consecuencias tiene?
A todos nos interesa este asunto, a pacientes y médicos, y más, incluso, a los que, además, nos entusiasma la comunicación, el uso de las palabras con un determinado fin (a veces, muy alejado de su significado original).
Y la respuesta a estas preguntas es sí, un sí rotundo. Aunque a algunos les sorprenda, las enfermedades pueden inventarse. Y no es que haya sucedido una vez, sino que ha pasado muchas veces y nuestro presente es la época en que más proliferan estas prácticas.
Pero, bueno, dirán otros, asombrados, ¿cómo es posible? ¿cómo sucede? ¿y qué hacen las autoridades sanitarias? ¿y qué hay de los controles y de las agencias nacionales y supranacionales de medicamentos?
En este post vamos a responder a estas cuestiones.
¿De qué hablamos cuando hablamos de enfermedades inventadas?
“La medicina ha avanzado tanto que ya no hay nadie sano”
(Aldous Huxley)
Cuando hablamos de enfermedades inventadas no nos estamos refiriendo a las que presenta, en una suerte de hipocondría, un paciente, y que tan bien retrató Molière en “El enfermo imaginario”.
No, no hablamos de enfermos hipocondríacos que no pueden evitar transformar en enfermedad cualquier pequeño malestar. No, hablamos de otra cosa.
Ya Thomas Szasz y, más tarde, todo el movimiento de la antipsiquiatría, había cuestionado que existiesen las enfermedades mentales, por ejemplo. Para este autor, todas las supuestas enfermedades mentales simplemente son un lenguaje metafórico, pseudocientífico, para describir una conducta perturbadora o diferente. Pero eso no es enfermedad tal como la entendemos en medicina. Y, diferente, no equivale a enfermo.
“Si le hablas a Dios, es oración. Pero si Dios te habla, es esquizofrenia”, dice Szasz, en una frase muy ejemplificadora.
En paralelo, otro grande en tantos campos, Iván Illich, fue uno de los primeros que habló del concepto de enfermedad como una construcción social en el que cada cultura y sociedad marca los límites de lo que es normal o deseable como sucede con la ley o la religión. Y cómo los médicos, dada su autoridad, podían catalogar ciertas conductas, poco convencionales, como enfermedades que necesitaban tratarse con fármacos.
No hace falta referirse a los electroshocks (por cierto, aún en uso, y en aumento en nuestra época), las lobotomías o los psicofármacos para entender las implicaciones médicas, filosóficas, sociales o políticas que tienen estos conceptos.
Sin embargo, cuando hablamos de enfermedades inventadas nos estamos refiriendo a algo un tanto más prosaico, en apariencia, pero de efectos igualmente devastadores.
Disease mongering – enfermedades inventadas
El término disease mongering, tiene distintas traducciones: enfermedad fabricada, mercantilización de enfermedades, promoción de enfermedad, tráfico de enfermedades…
Es un término que acuñó, por primera vez, la periodista Lynn Payer en los años 90 y se refiere a las estrategias de la industria farmacéutica para promover el uso de fármacos mediante diversas técnicas de marketing.
En efecto, es mediante el miedo, que es la emoción más antigua y más intensa que existe, junto a determinados mensajes y campañas, como las empresas farmacéuticas aumentan su cuota de mercado.
Tampoco es nada nuevo. Se trata de extrapolar al campo médico lo que ya sucede en el resto de la industria en el sistema capitalista. La creación de nuevas necesidades para las que la industria ya tiene el objeto o producto preparado para satisfacerlas. Una buena campaña hará el resto.
El psicólogo William James ya hablaba, a finales del siglo XIX, de la “la aberración de la propaganda médica” y decía que “los autores de esos anuncios deberían ser tratados como enemigos públicos”
Por otra parte, desde hace décadas las compañías farmacéuticas invierten más en marketing, que en ningún otro capítulo de gastos. La industria farmacéutica siempre ha justificado el precio elevado de los medicamentos en función de las inversiones que realiza en investigación y desarrollo, pero las diez mayores compañías farmacéuticas invirtieron en los años 90, aproximadamente, un 35% en marketing y administración, frente a entre 11 y un 14% en investigación y desarrollo, a la vez que obtenían entre un 19% y un 25% de beneficios respecto a las ventas.
Y la mayor parte de principios activos son los ya existentes en el mercado con ligeras variaciones; muy pocos representan avances terapéuticos reales.
Las campañas
En estas campañas de disease monger, enfermedades inventadas, mercantilización o tráfico de enfermedades participan también profesionales sanitarios, asociaciones médicas, asociaciones de pacientes y medios de comunicación.
Y, ante tan potentes actores, es muy difícil sustraerse. Casi imposible, diría yo.
Primero, porque siempre es muy complicado en medicina establecer qué es normal y qué patológico. Y, segundo, porque es el propio público, la sociedad, o sea, nosotros, los que participamos de manera más o menos fervorosa en ello.
El papel de la sociedad, el público
Quizá queda bien retratar a las compañías farmacéuticas como una especie de monstruos de avaricia inagotable que se aprovechan, por todos los medios, de los incautos consumidores. Esto, más o menos es así, ya que las compañías tienen como objetivo principal rentabilizar sus beneficios y favorecer a sus accionistas y no a la salud pública de ningún país. Nada ilegítimo hay en ello. Quizá, es el público el que se confunde, o quiere confundirse, sobre cuáles son las verdaderas prioridades de la industria farmacéutica. Sin embargo, como decíamos, este mismo público, participa en todo ese proceso.
En efecto, el modelo capitalista de consumo, el cambio en la relación médico paciente (es más fácil recetar que explicar), la necesidad de satisfacción inmediata de nuestras necesidades, etc. están, también, en la raíz de este fenómeno y hace que la responsabilidad, en mi opinión, no solo recaiga en los, supuestos, malvados laboratorios farmacéuticos.
En las sociedades desarrolladas, con altos niveles de comodidades y esperanza de vida cada vez mayor, el individuo empieza a temer que todo ese bienestar se desmorone y empieza a pensar más en términos de enfermedad que de salud. Nuestro viejo amigo, el miedo. Y es ahí donde la industria pone toda su estrategia en marcha para hacernos creer que cuanta más tecnología y medicación más podremos tener el control (ficticio, por supuesto) de la salud y el bienestar.
Creo que no hace falta recalcar que este control es un mito que muchos pacientes (y médicos) han vuelto a confrontar en tiempos del Covid. Y la conclusión es que, por desgracia, la incertidumbre es algo con lo que tenemos que convivir tanto médicos como pacientes.
Pero, aún así, el marketing de las compañías moviliza a profesionales sanitarios, asociaciones médicas, “influencers”, líderes de opinión (Kol, “key opinion leaders”) y asociaciones de pacientes que, con el apoyo de la misma industria, alimentan la campaña de concienciación (“awareness”) sobre la importancia y trascendencia de la “enfermedad” en cuestión. El resto es fácil.
Lo más interesante y demoledor de todo esto, no es ya que las distintas sociedades y culturas construyan, de algún modo, sus enfermedades, clasificando aquello que les parece o no normal, sino que ahora son los laboratorios farmacéuticos las que empiezan a definir cuándo algo es enfermedad.
¿Cómo se hace para inventar o mercantilizar enfermedades?
Llegados aquí, es lógico preguntarse cómo se produce este fenómeno de disease monger, de invención o tráfico de enfermedades. ¿Cómo hacen las farmacéuticas, con el innegable apoyo de todos los sectores mencionados?
Después de Lynn Payer, seguramente ha sido Ray Moynihan uno de los que más ha estudiado este asunto.
Según él, esto se consigue mediante varias estrategias:
1. Lo primero es redefinir y aumentar la prevalencia de las enfermedades, mostrando síntomas y problemas poco frecuentes como si fuesen epidemias. Un ejemplo, que se cita a menudo, es el afirmar que la prevalencia de la disfunción sexual femenina era de un 43% (estudio publicado en Journal of American Medical Association en 1999)
Como se ve, muchas revistas de prestigio y medios de comunicación estarán involucrados en estas campañas magnificando la problemática de la disfunción sexual, haciendo reportajes televisivos o periodísticos que nos acerquen al “drama” de la disfunción sexual femenina, por seguir nuestro ejemplo.
2. Convertir problemas leves o moderados en indicios de enfermedades más graves. Ejemplo, diagnosticar depresiones a bajadas de ánimo temporal por cualquier contrariedad o problemática social
3. Transformar riesgos en enfermedades. Ejemplo, la osteoporosis, que es un factor más de riesgo de fractura a largo plazo y que ha pasado a ser una enfermedad en sí misma.
4. Disminuir por consenso “experto” el rango estadístico de un dato de laboratorio con lo cual aumenta geométricamente el porcentaje de población enferma.
5. Seleccionar datos estadísticos para exagerar los beneficios de un tratamiento.
6. Promover el miedo o la ansiedad a que personas sanas se enfermarán en el futuro.
7. Aumentar la preocupación sobre futuras enfermedades en poblaciones sanas, como la osteopenia. Otro ejemplo podría ser la gripe A en la que los medios y los gobiernos predijeron millones de muertes y se gastaron millones de euros en antivirales que después hubo que desechar.
8. Introducir nuevos diagnósticos, convirtiendo problemas personales y sociales como necesitados de tratamiento. Como ejemplo, la timidez y la fobia social a los que me referí en un post anterior.
Participación activa
Intentemos medicalizar nuestras vidas lo menos posible, solo lo estrictamente necesario y no caigamos ni participemos en la sobreprescripción, ni con fármacos convencionales ni “naturales”; muchas afecciones o problemas, la mayoría, no se “curan” con fármacos (y otras tantas, no solamente con ellos).
Cuanto más los pacientes conozcan y participen activamente en los procesos que afectan a su salud, cuanto más lo compartan con sus médicos y sean activos también en la toma de decisiones que les afecten, cuanto más valoren la relación con su médico en la consulta tanto más difícil será que puedan dejarse manipular en estas prácticas, mongering, de enfermedades inventadas, tan frecuentes hoy día.
Incluso podremos reconocer el miedo que nos rodea y que los medios de comunicación y las redes incentivan, obviarlo en lo posible, y movernos con prudencia, pero con valentía, en medio de la incertidumbre ineludible de la vida.
Bibliografía
- Szasz T., El mito de la enfermedad mental, Amorrortu editores, 2008
- Moynihan R, Heath I, Henry D. Selling sickness: the pharmaceutical industry and disease mongering. BMJ. 2002; 324:886-91.
- Payer L. Disease-mongers: how doctors, drug companies, and insurers are making you feel sick. Nueva York: John Wiley & Sons; 1992.
- Ilich I. Némesis médica. México: Ediciones Joaquín Mortiz; 1976.
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Querido Gonzalo, muchas gracias por este post tan interesante como necesario. En momentos como los que vivimos es fundamental que las conciencias despierten y se pongan en marcha, desarrollando lucidez y responsabilidad, los abusos acaban conde empiezan el conocimiento y la libertad de lección acerca del mundo en el que se desea vivir y del modo y sintonías en que se desea hacerlo. Felicidades y en hora buena por esa lucidez y esa vocación.Por esa humanidad.
Un abrazo, maestro y amigo!
Gracias Sol!
sí, es necesaria una conciencia crítica y que los, así llamados, pacientes participen mucho más y con una mirada integral en todo aquello que afecta a su salud
un abrazo!
Buen artículo Gonzalo, ¡gracias!
Lastima que se instalan de tal manera las rutinas de acción y pensamiento, que a la hora de la verdad a veces es difícil “desprescribir” lo que de ha recetado en exceso. Tan fuertes son el miedo y el hábito! Véase por poner un ejemplo, quien ya no se quita la mascarilla para nada… y hace solo u ni par de días, trataba inútilmente de convencer a un familiar de dejar de tomar unos antihipertensivos que fueron recetados en un contexto de ansiedad y que ahora mantienen su tensión por debajo de lo saludable.
En fin, es una cuestión de educar en el sentido crítico y el sentido común (el menos común de los sentidos), que nos permitirá ser valientes, como aconsejas; valientes para tomar nuestras decisiones sobre que pensar, base de nuestras decisiones sobre cómo vivir.
Gracias, Gualberto, por poner ejemplos cotidianos de lo difícil que resulta la educación y la participación activa de los pacientes en todo este proceso de salud y enfermedad.
No es sencillo porque, como digo, los actores que intervienen en estas campañas mongering son formidables y no es nada fácil disentir. Y menos en ésta época donde cualquier mínima desviación del pensamiento ortodoxo, el que sea, pero más en medicina, aunque sea razonable y razonado, es gravemente reprimido y censurado como hemos tenido ocasión de comprobar recientemente.
Después, el miedo y el hábito hacen el resto.
Un fuerte abrazo, amigo!
Gracias Dr. Gonzalo.
Reciba Usted mis saludos desde México.
También le comento que he incorporado la Teología y la Homeopatía en la escucha y tratamiento de mis pacientes. Soy el Sacerdote que veo y escucho a las personas de manera global.
Gracias Dr. pir sus enseñanzas.
Hola Germán,
gracias por comentar y por seguirnos
Un cordial saludo!
Hola Gonzalo!
Gracias por tu honestidad y tu valentia, y por llamar las cosas por su nombre…
Es muy necesario en estos tiempos que corren personas comprometidas como tú.
Me causa tristeza comprobar la falta de valores de muchos profesionales y como se
hace negocio con la salud.
Un abrazo
Isabel
Hola Isabel,
muchas gracias por tus palabras, Yo solo pongo un granito y muy pequeño. Si cada uno de nosotros hiciera lo que hay que hacer (incluidos los pacientes) las cosas irían de otra manera.
Un afectuoso saludo y gracias por seguirnos