Comunicándonos con nuestros pacientes
“Los hechiceros tienen éxito por la misma razón que los médicos:
Cada paciente tiene en sí su propio remedio.
Y nos consultan por ignorar este aserto.
Nosotros somos eficaces cuando conseguimos poner en marcha
los mecanismos de curación propios de cada individuo”
Albert Schweitzer 1
En el quehacer cotidiano del médico de familia, se producen multitud de “encuentros”, de momentos de interacción entre un supuesto “sujeto doliente” y un “sanador”. La relación médico-paciente, podría entenderse siguiendo a C. Rogers 2como una relación de ayuda en búsqueda de soluciones para el paciente; y el médico como un profesional técnico cuya misión consistiría en catalizar, facilitar y aconsejar en temas relacionados con la salud.
Esta visión de nuestro propio estatus, es fácilmente entendible en un sistema sanitario en el que el paciente ha dejado de ser un sujeto pasivo, y participa con su opinión y autonomía en la toma de decisiones relacionadas con su propia salud.
En este contexto, es imprescindible para los médicos poseer actitudes y aptitudes que permitan desarrollar plenamente su labor de cuidado y orientación sanitaria de su población.
Si entendemos la actitud del terapeuta como una mezcla de interés innato por el paciente ( lo que en otros momentos hemos podido llamar vocación, en palabras de Marañón3, “amar al paciente”) y de adquisición de habilidades personales y profesionales que mejoren nuestra capacidad de ayuda; y la aptitud como la capacitación técnica para comprender el problema del paciente y conocer la forma de ser eficaces, es preciso complementar nuestra formación exclusivamente biomédica del pre y postgrado con otras habilidades que nos permitan convertir cada “encuentro” en momentos de utilidad para el paciente y de satisfacción personal y profesional para el médico.
¿Qué debemos aprender para ser útiles a nuestros pacientes?
Nos han preparado para conocer el funcionamiento de los órganos y los sistemas, los nombres de las enfermedades, las distintas pruebas diagnósticas, el uso y mecanismo de acción de los medicamentos… Pero no podemos olvidar que la enfermedad ocurre en una persona, en su contexto vital, familiar, laboral y social, y que cada persona tiene modos distintos de enfermar. Como decía William Osler 4, “es más importante conocer a la persona que tiene la enfermedad, que la enfermedad que tiene la persona”. Sus miedos, incertidumbres, preocupaciones, ilusiones, proyectos, etc, van a influir de manera notable en el pronóstico y debemos de tenerlos en cuenta porque si no, estamos ignorando una parte importante de nuestra labor.
Los anglosajones diferencian, de modo acertado, disease la enfermedad, de illnes el padecimiento, pero ambas se diluyen cual acuarela en la mente del médico que ha aprendido de forma mecanicista que son la misma cosa enfermedad y enfermo.
¿ Quién es el protagonista de la enfermedad?. El que la padece. Sin embargo, como afirma el doctor Sachs5, las enfermedades llevan el nombre de su descubridor, el médico, y no de su protagonista, el enfermo.
¿ Porqué nos mostramos tan incapaces de para enfrentar los sentimientos del enfermo?.
En nuestro mundo tecnológico, los parámetros analíticos y de imagen son la base para solucionar de un modo racional los problemas. ¿ Y si todo es normal?. ¿ Porqué se queja el paciente?. En general, nos sentimos perdidos y con frecuencia culpabilizamos al enfermo de nuestra incapacidad por no poderle encuadrar mentalmente en algún diagnóstico que nos permita salir airosos.
“Será de los nervios”, decimos desatendiéndonos del asunto. “Es un funcional”, un “no enfermo”, como nos han enseñado en nuestra formación académica y clínica. “No merece la pena indagar más”. Pero, ¿Cuál es la misión del médico? La curación o el alivio de la enfermedad.
La curación persigue el restablecimiento de la firmeza (deriva de la raíz der., proteger, guardar) y la enfermedad es la falta de firmeza. Aliviar es moderar y disminuir la carga, corporal o de espíritu, y consuelo es un alivio aportado por alguien, que mitiga una pena y proporciona alegría. Quizás hemos tendido a hipertrofiar nuestros conocimientos técnicos y olvidar nuestra siempre necesaria formación humana, porque como decía B. Gracián6, “De nada sirve que el entendimiento se adelante si el corazón se queda “.
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