Homeopatía, cáncer y sol de navidad
“La vida, esta vida
me placía, su instrumento, esas palomas…
(César Vallejo, Poemas Humanos)
-Me estoy muriendo Gonzalo y esta vez creo que es de verdad… No es que tenga un día malo, no, casi diría que lo tengo bueno. Y este fin de semana pasado, mejor aún. Mírame si no…
-Bueno -dije sin demasiada convicción y sin querer mirarla demasiado- no sé quién dijo que desde el primer día que nacemos comenzamos a morirnos un poco ¿no?
No sé si me oyó pero hizo como que no. Mejor, pensé.
-Lo tengo asumido, de verdad. O eso creo. Tengo asumido eso, como muchas otras cosas. Ya las hemos hablado en otras ocasiones y eso me ha sido de mucha ayuda… Pero ahora hay algo que me gustaría saber, algo que me preocupa mucho y que no sé cómo afrontar…
Menos mal, pensé. Sea lo que sea pondremos el foco en ese otro asunto y quizás así podamos salir de este.
-Dime, – dije- mientras la miraba con todo el interés.
Según la historia, Laura tenía ahora 49 años pero aparentaba muchos más. A veces cuando se reía esbozaba un inicio de risa que la rejuvenecía y dejaba ver la niña, la joven alegre y risueña que probablemente fue. Sólo era al inicio porque al poco toda la cara se cargaba y se cubría de una pesadez contagiosa.
La suma de la enfermedad, la quimio, la radio, el tiempo, la angustia, la esperanza, la frustración, el dolor, el cansancio… Todo eso estaba escrito en cada una de las arrugas que se le habían ido formando desde que nos conocíamos. Por eso a mi me gustaba verla reír y aprovechaba el mínimo resquicio para hacer alguna broma.
-Verás, la cuestión es la siguiente…
-Ya he meditado –prosiguió- alguna cosas de las que hemos ido hablando estos meses. Las he interiorizado, creo. Siempre digo creo porque espero que sea así, aunque nunca sabes bien, como tú dices. He pasado ya del enfado y la rabia. Es más, muchas veces siento algo parecido a paz, a serenidad. Este finde, por ejemplo. Pero después te cuento que si no me voy por las ramas. Aunque también tiene que ver con el finde pero bueno…
-La cosa es que, como ya sabes, tengo dos niñas de nueve y de seis años. Ya saben que mamá está malita y que muchas veces está en la cama, que se cansa, que muchas veces no puede ir al parque como las otras mamás, ni a la piscina, ni a algunos cumples, que a veces llora y no sabe por qué, será la enfermedad, sí, eso será, pero se está tomando unas medicinas, que son muy fuertes, y poco a poco se irá poniendo bien…
-Eso ya lo saben –dijo como hablando consigo misma-. Yo también. Todos lo sabemos….
-Pero ahora que me veo así, ahora que las he visto este fin de semana corriendo, saltando tan felices, tan llenas de vida, que hemos paseado por el bosque y que hemos estado todos tan unidos…
-Ahora me pregunto…
-Que cuándo se lo tengo que decir
-Quiero decir no que a lo mejor, que quizás, que tal vez… No. Que cuándo, en qué momento me tengo que decir yo que hasta aquí he llegado, que se acabó, que las tengo que mirar y decírselo. Todo. Toda la verdad. Porque quisiera decírselo mientras aún esté bien…
Poco a poco los ojos se le iban humedeciendo aunque luchaba por mantener la compostura.
-Ya me he leído los libros que me recomendaste. Ese por ejemplo de la psiquiatra que habla de los niños y la muerte. Me ha gustado mucho. Y la homeopatía en este tiempo me ha ayudado en las cosas pequeñas y no tan pequeñas, físicas y emocionales. Porque lo pequeño, en esta situación, es muy relativo ya sabes. Y muchas veces, cada vez más, como este finde, he sentido mucha paz.
-Pero ahora quiero saber eso. Y me gustaría que me contestases. Quiero decir que lo que más me atormenta es si yo sabré cuándo tengo que hacerlo. Si yo sabré que ese momento concreto ha llegado. Y no es antes ni después, es justo el momento.
Joder, pensé. Hubiese sido mejor que nos hubiésemos quedado en la primera pregunta. De forma automática, mientras ella iba hablando, mientras iba sintiendo un desasosiego creciente, iban pasando por mi mente técnicas, trucos, habilidades, bromas, para responder pero tal como venían las fui desechando una a una. La realidad era esa. Que no tenía nada que decir. Nada que hacer.
Así que, como por instinto, solo le cogí la mano que, como un triste náufrago, había dejado encima de la mesa.
Estuvimos así un momento, mirándonos. Para entonces los ojos se le habían llenado de lágrimas y yo tampoco estaba muy allá.
-Tranquila, tranquila, lo sabrás, claro que lo sabrás- atiné a decir de forma casi inaudible, quizá esperando que el tiempo se disolviese, que el tiempo dejase de ser eterno.
“Lo sabrás, claro que lo sabrás…”, “tranquila, tranquila…” reverberaba con calidez el tiempo eterno y disuelto.
Esbocé un amago de sonrisa.
-Pero ahora háblame de ese bosque del fin de semana – dije sin dejar de mirarla y tratando de disimular que no me encontraba nada bien.
-Uf, el bosque –dijo agitando las manos como para que las lágrimas parasen. Fue genial. Las hojas eran de colores. Verdes claros y oscuros. Y todas las tonalidades marrones y amarillas que te puedas imaginar. Lo mirabas desde arriba y te venía como un bálsamo a los ojos. Parecía que lo pudieras respirar.
-Y el sol, este sol de final de otoño era tan magnífico. Yo iba de la mano con Carlos y las niñas iban delante corriendo y saltando, tirándose hojas y resbalando entre ellas. Y reían y reían. Miré al cielo y me sentí inmensamente agradecida por ese sol limpio y azul, porque no llovía ni estaba nublado. Pero también sentí que si hubiese estado lloviendo o nublado estaría igual. No hacía falta nada más. Solo eso. El sol, las hojas, las risas…
Y así seguimos hablando del sol y del bosque. Y las niñas y el tiempo y la vida. No sé cómo nos despedimos. Eso fue todo. La última visita aunque yo, entonces, no lo sabía.
Cuando salí de la consulta me paré unos segundos en el puente y pensé que si me cayese ahora simplemente sería un cuerpo más haciendo “plaf” en el asfalto. O quizás podría levitar y llegar a casa caminando por al aire por encima de todos esos tristes y pequeños mortales. O, mejor aún, podría respirar unas gotas más de ese sol invernal que ella me había regalado, ese sol que se colaba entre los árboles al atardecer. Ese sol que ahora mismo podía masticar, digerir y meterme en el estómago como si fuese chocolate.
Supongo que al final cogí el metro, como de costumbre. Mi hijo me decía en un whatsapp si ya no estaba castigado, no, no estás castigado; si podía coger el móvil, sí, puedes cogerlo; si se lo podía decir a mamá porque si no se lo decía ella no me lo iba a dar, vale, se lo digo ahora mismo…
Ahora mismo. En cuanto vuelva a abrir los ojos, en cuanto deje de recordar sus manos, en cuanto deje de recordar ese sol que se colaba entre los árboles del bosque, ese mismo sol que se me ha metido en el estómago como si fuese chocolate y que me hace daño aquí y no me deja abrirlos por ahora.
Sí, ahora me gustaría que ese sol me fuera deshaciendo poco a poco el intestino, los músculos, los huesos, las venas, las articulaciones y solo quedasen haces de luz y de calor para Laura, para Núria, para Joan, para el niño del glioblastoma, sí, ese que tiene ese nombre tan raro y moderno que nunca me acuerdo…
Para todas esas manos, todas esas miradas de tristeza, de resignación, de lucha incesante, de sonrisa, de humanidad. Esas miradas que tanto nos enseñan y ayudan a los que se supone somos los que tenemos que ayudar.
Para todo ese sufrimiento.
Para toda esa esperanza.
Unos haces tan solo. Un poquito de sol limpio, claro y cálido, muy muy cálido.
Un poquito de sol de navidad.
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Preciosa la despedida de Laura y precioso y educador tu relato y tu experiencia para nosotros.Gracias
Gracias Pantxike
este ha sido un post muy especial para mi
un abrazo!
Uff Gonzalo, que emocionante.
Yo también me fundo contigo y con todos en ese sol de luz y calor, en ese sol de todas las estaciones, en ese Sol eterno e infinito.
Gracias, gracias, gracias.
Amigo Guillermo,
seguro que entre todos podríamos dar mucho sol de navidad, mucho calor, a la gente que tanto lo precisa… ellos ya lo hacen con nosotros
un fuerte abrazo!
Muy humano y enternecedor
Gracias Miguel
un fuerte abrazo y Buen Año!
Te leo amigo, y compruebo tus buenos gustos. Vallejo, poeta grande y humano. Y momentos como los que describes que son los que dan sentido a nuestra tarea.
ESTAR. Estar al lado de esa persona que necesita silencios, manos asidas y a veces palabras.
Nos resulta tan difícil que a veces sale fácil. Porque lo único importante es SER presencia con el otro.
Y SENTIR y hacer sentir que no hay nada en ese instante salvo las necesidades, emociones y sentimientos del otro.
Algo, que solo se puede sentir cuando lo has vivido.
Algo, que es preciso ser médico para entenderlo.
Algo que enseñar con el ejemplo.
Algo que aprender y aprehender cada día con las personas que nos necesitan.
¡ Qué el amor a nuestros pacientes siga siendo nuestra única guía de práctica clínica !
Amigo José Ignacio,
como siempre coincidiendo contigo, con tu humanidad, experiencia y calidez.
Sentir y Estar
y como tú dirías también, ” y que suene la música…”
un fuerte abrazo
La madre de un conocido, pidio la eutanasia , tenia un cancer terrible.
Hizo una tremenda fiesta con los suyos , familiares y amigos y se fue feliz . Los suyos la recuerdan con gran carino , sin dramas .
Recuerdo las palabras del padre de mi amigo , tambien con cancer : lo peor es veros sufrir a vosotros.
Hay que dar opciones , con los tratamientos tambien.
Feliz ano nuevo .
Claro que sí, opciones y respeto, mucho respeto a la voluntad de las personas. Y más en estas situaciones
Gracias por tu comentario y por seguirnos
un abrazo